Cuentos Para Reflexionar
Navegando por la web encontré una serie de cuentos que nos muestran el valor de la vida, de lo que tiene realmente importancia y por lo que vale la pena vivir... leanlos, se los recomiendo...
Un hombre murió. Al darse cuenta vio que se acercaba Dios y que llevaba una maleta consigo. Y Dios le dijo:
-Hijo es hora de irnos. El hombre, asombrado, preguntó:
-¿Ya? ¿Tan pronto? Tenía muchos planes....
-Lo siento pero es el momento de tu partida.
-¿Que traes en la maleta?, preguntó el hombre-. Y Dios le respondió:
-Tus pertenencias...
-¿Mis pertenencias? ¿Traes mis cosas, mi ropa, mi dinero? Dios le respondió:
-Eso nunca te perteneció, eran de la tierra. - ¿Traes mis recuerdos?
-Esos nunca te pertenecieron, eran del tiempo.
-¿Traes mis talentos? - Esos no te pertenecieron, eran de las circunstancias.
-¿Traes a mis amigos, a mis familiares? -Lo siento, ellos nunca te pertenecieron, eran del camino.
-¿Traes a mi mujer y a mis hijos?
-Ellos nunca te pertenecieron, eran de tu corazón.
-¿Traes mi cuerpo?
-Nunca te perteneció, ese era del polvo.
-Entonces, ¿traes mi alma?
-No. Esa es mía. Entonces el hombre lleno de miedo, le arrebató a Dios la maleta y al abrirla se dio cuenta que estaba vacía. Con una lágrima de desamparo brotando de sus ojos, el hombre dijo:
-¿Nunca tuve nada?
-Así es, cada uno de los momentos que viviste fueron sólo tuyos. La vida es sólo un momento. Un momento sólo tuyo. Por eso, mientras estés a tiempo, disfrútalo en su totalidad. Que nada de lo que crees que te pertenece te detenga. Vive el ahora, vive tu vida y no te olvides de ser feliz, es lo único que realmente vale la pena. Las cosas materiales y todo lo demás por lo que luchaste, se quedan aquí.
EL CIELO Y EL INFIERNO
En un antiguo relato japonés, se cuenta la historia en la que un belicoso samurái desafió a un maestro Zen a que le explicara el concepto de cielo e infierno. El monje le respondió con desdén:
- No eres más que un patán. ¡No puedo perder mi valioso tiempo con individuos como tú!
Herido en lo más profundo de su ser, el samurái se dejó llevar por la ira, desenvainó su espada y gritó:
- Podría matarte por tu impertinencia!
- Eso – le dijo el monje con calma – ES EL INFIERNO
Desconcertado al percibir la verdad en lo que el maestro señalaba con respecto a la furia que lo dominaba, el samurái se serenó, guardó su espada y se inclinó agradeciendo al monje la lección.
- Y eso – añadió el monje – ES EL CIELO.
LA DISTANCIA DEL CORAZÓN
- ¿Por qué grita la gente cuando está enojada? – preguntó el maestro.
- Porque perdemos la calma, por eso gritamos... -, contestó un discípulo.
- Pero... ¿Por qué gritar si la otra persona está a tu lado? -, volvió a agregar el maestro. Nadie contestó esta vez y el maestro entonces dijo:
- Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir dicha distancia deben de gritar para escucharse.
Cuanto más enojados estén, más alejados estarán y tendrán que gritar más para poder escucharse el uno al otro. Sin embargo, cuando dos personas se enamoran, se hablan suavemente porque sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña.
Cuando discutas, no dejes que tu corazón se aleje. No digan palabras que te distancien más, pues llegará algún día en que la distancia será tanta que no podrás encontrar el camino de regreso.
TU VERDADERO VALOR
«Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?».
El maestro sin mirarlo, le dijo:
Cuanto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después. Y haciendo una pausa agregó:
Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
Encantado maestro, titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado, y sus necesidades postergadas.
Bien asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y dándoselo al muchacho, agregó: toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien personas, y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
Cuanto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro, podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación. Maestro, dijo, lo siento, no pude conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
Qué importante lo que dijiste, joven amigo, contestó sonriente el maestro. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregunta cuánto te da por él, pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
58 MONEDAS !!!!!!!!! Exclamó el joven.
Si, replicó el joyero, yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente.
El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
Siéntate dijo el maestro después de escucharlo. Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.



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